domingo, 4 de marzo de 2007

Hay un hombre... tocando el violín... y las cuerdas... son los nervios de su propio brazo.


Todo muy quieto en la ciudad esta noche. Las doce en punto, cuando todo lo que está bien huye como un perro apaleado y las negras sombras viven junto a los muertos. Poesía malsana en mal inglés, carne y sangre y caras que miran fijamente...

Desesperado y gris, fuerte como el acero pero muerto en su interior, el cuervo ríe bajo una farola. Una sonrisa vudú de alguién que vivió y murió y aún está vivo...

Camina hacia su casa, donde puede perder su sombra en la oscuridad y pintar su rostro con los colores de la alegría.

Esta noche el infierno envía a un ángel cargado de regalos... AL ROJO VIVO


En la ciudad, donde los ángeles no se atreven a flotar y los demonios cantan baladas, el sexo de la noche deja caer su negro cabellor narcótico bajo una luna opiácea y amarilla. Ahí va la sombra de una sombra, un fantasma terrenal que tirita, no por el frío de octubre, sino por un erótico dolor. Le dice a su amante muerta: "Nunca debimos venir aquí, con una carne tan suave y unos corazones tan ingenuos, pero como los tigres entre la alta hierba, como cristo en el huerto de Getsemaní, nos tragamos el miedo y vinivmos aquí". Ahora todas las trocidades se proyectan de nuevo, como en una sesión de madrugada. "Vinimos aquí pero nunca debimos quedarnos. Aunque teníamos inercia, autonomía y aguante, cogimos el último tren hasta la muerte." El cuervo se refugia en un sueño roto, y el único sonido que le sale es... CÓMO UN GRITO CÓNCAVO.


The Crow - J. O'Barr